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Alegato en favor de humanidades

 

¡Una ración de clásicos, por favor!

 

El lugar que ocupa en nuestro sistema educativo la lectura de los clásicos es insignificante en relación al que ha tenido en todos los tiempos hasta hace aproximadamente cuatro décadas. Con “clásicos” me estoy refiriendo aquí a los autores griegos y latinos.

Supuestamente, este tipo de estudios se opone a los científicos y tecnológicos, como si un Cuvier o un Darwin no hubieran tenido sólidos conocimientos acerca de los autores grecolatinos.

Hay que añadir el terror que suscita entre alumnos y padres la simple mención de la lectura de un clásico, como si esto atentara contra su, siempre supuesto, gusto por la lectura.

 

Vivimos en una sociedad tan preocupada por lo actual y lo inmediato, por “estar al día”, que esta preocupación puede llevar al desprecio obsceno de lo antiguo. La administración se ha encargado de instaurar una educación para lo actual e inmediato, hasta el punto de que se dedican un buen número de párrafos a justificar por qué incluir la materia de Cultura Clásica en la ESO. La insistencia en que es fundamental relacionar cada tema de estudio de la Antigüedad con el mundo actual es tan grande, que queda bien claro que no hay ninguna fe en la importancia de este tipo de estudios en sí mismos.

Sin embargo, estoy convencida de que los autores clásicos encierran un tesoro para las personas que se están formando. En primer lugar, ofrecen un referente simbólico universal muy útil para comprender cualquier obra de arte. ¿Quién no conoce las resonancias del mito de Edipo o el significado del viaje de Ulises?  Por otra parte, comprender textos que son ya una referencia en la historia cultural proporciona criterios de juicio. Su conocimiento permite juzgar lo contemporáneo con mayor libertad. Y es que es imposible practicar o reconocer la transgresión cuando no se conoce a fondo la norma. Además, es indudable que las obras modélicas educan la sensibilidad estética de una persona en formación.

Sin embargo, existen factores en el mundo actual que explican el decaimiento de los clásicos. Para personas acostumbradas a la velocidad actual de la imagen, sentarse ante un clásico supone un esfuerzo mental titánico, aparte de una gran capacidad de abstracción y un entorno de silencio poco habitual. Sin duda, actitudes y circunstancias poco acordes con este “mundo de comunicación”, donde la información nos rodea sin tregua ni orden (me atrevería a decir que sin piedad), pero apenas nada de lo que nos llega se transforma en conocimiento.

Los clásicos son inactuales, por supuesto y por fortuna. Nos invitan precisamente a salir de lo inmediato y del presente trivial; son incompatibles con la prisa y el bullicio.

En un sistema educativo empeñado en adaptar a los jóvenes a su entorno, reduciendo al máximo su capacidad crítica y creativa que debería llevarles a poder estar en desacuerdo con su sociedad, la lectura de los clásicos precisamente desadapta, incomoda, descoloca, suscita interrogantes, abre brechas.

En latín educere, de donde viene “educar”, significa sacar de un lugar para introducir en otro nuevo. Ello implica una transformación de la persona. Difícilmente se podrá lograr teniendo como meta una enseñanza de lo meramente práctico e inmediato. Desadaptar, incomodar, descolocar, suscitar interrogantes, abrir brechas; ahí radica, según creo, el sentido de la educación.

 

Elena Delgado

Profesora de Cultura y Lenguas Clásicas

 

¿PARA QUÉ SIRVEN LAS HUMANIDADES?

 

Elena Delgado, profesora de Cultura y Lenguas Clásicas

 

No es infrecuente oír entre mis alumnos algún comentario que trasluce su resignación ante el hecho admitido de que estudian una rama de menor rango. Escribo estas líneas pensando en estos alumnos y en todos aquellos de 4º de la ESO que están decidiendo su opción de Bachillerato, simplemente con el objetivo de que tengan suficientes elementos de juicio.

“Humanidades” en nuestro entorno educativo y social conlleva una oposición a “Ciencias” e incluso a “Tecnología”. En la dicotomía están implícitos los conceptos de “inútil” frente a “útil”. “Útil”, claro está, remite al mundo laboral. Los estudiantes de hoy en día, y a pesar de que la mayoría de las familias están en condiciones de regalarles unos inapreciables años de formación, sienten urgencia por incorporarse al mundo laboral. Para la mayoría el trabajo es, preferentemente, un medio para adquirir el dinero que requiere la vida ideal que se imaginan. Quiero defender aquí la validez, e incluso la necesidad, de todo lo “inútil”.

Tengo que empezar reclamando la condición de “ciencia” para cada una de las disciplinas que engloba el vago término de “Humanidades”. Por referirme a la que conozco, la filología trata de explicar la historia del pensamiento a través de una manifestación humana concreta: los textos. Su estudio (el lenguaje que los conforma, el contexto en que se producen, su recepción, etc.) se ajusta a un método científico rigurosísimo. Existen infinitos textos, del pasado y del presente, sobre los que aplicar esta ciencia a fin de extraer conclusiones imprescindibles para comprender nuestra cultura. Voy a mencionar algún ejemplo de mi especialidad. Es imposible investigar con rigor el humanismo de cualquier nación occidental sin conocer a fondo el latín, auténtica lingua franca entre los intelectuales europeos de aquel tiempo. Y, ¿cómo comprender las innovaciones de las literaturas vernáculas sin saber cómo describieron y desarrollaron griegos y romanos los géneros literarios?, ¿cómo interpretar el tema de “vivir el momento” sin conocer a Horacio? El mismo concepto “Humanidades” tiene unas resonancias históricas difíciles de captar por quien no conoce hasta qué punto somos deudores de la educación en la Antigüedad y el modelo de hombre que perseguía. Pretendo mostrar con estos ejemplos que existen muchos campos del saber que requieren la investigación de filólogos, historiadores o filósofos. Este tipo de estudios, precisamente por su inutilidad en el crecimiento económico, es imprescindible en nuestra sociedad, porque lo que promueven es, sin más, el desarrollo del pensamiento humano. No hace falta ninguna justificación más. Quien se embarca en ellos normalmente lo hace porque le atraen y le gustan. ¿No es esto fundamental a la hora de elegir aquello en lo que vamos a volcar una gran parte de nuestra energía?

La oposición “Humanidades” /”Tecnología” es simplemente absurda. La tecnología es una herramienta. Nadie discute hoy que es una gran ventaja, en cualquier ámbito del saber, dominar al menos unos rudimentos tecnológicos. Pero los conocimientos tecnológicos sin más no conforman el pensamiento de una persona. Un alumno sin formación no la adquiere por tener a su alcance toda la información que le ofrezca la red sobre cualquier tema. ¿Cómo deslinda lo principal de lo secundario? Precisamente la inmensidad de información disponible en la actualidad puede hacer a un estudiante más ignorante porque le crea la sensación de dominar cualquier materia, aunque en realidad no tiene herramientas mentales para discriminarla y asumirla. Y ya decía Platón que la falsa sabiduría es muy pretenciosa y difícil de tratar.

Quizás el desprestigio que sufren hoy los estudios humanísticos se debe a una idea de progreso comúnmente admitida: progreso como desarrollo económico y productividad a costa de todo y todos. Este concepto no es universal ni lo ha sido a lo largo de la historia. Los antiguos griegos y romanos valoraban su desarrollo técnico en términos cualitativos, pero no cuantitativos. En la actualidad muy diversos grupos de personas de países desarrollados se plantean qué sentido tiene un progreso que está matando el planeta y propugnan una vuelta a una vida más sencilla y esencial. El último de estos movimientos de que tengo noticia ha nacido en Francia e Italia y se denomina significativamente “Decrecimiento”.

Los estudios humanísticos, por fomentar una formación en profundidad, un espíritu crítico y autocrítico, bien pueden ser un antídoto contra la amenazante clonación del pensamiento humano. Contra la uniformidad, la independencia de pensamiento; contra la infantilización, una formación sólida; contra la violencia, el espíritu de la palabra y de la estética. Porque, ¿acaso no es lo más perdurable de la humanidad el arte, la literatura y el pensamiento puro?

 

 

 

 

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